Memorable
tarde-noche en los hermosos jardines del Hotel Las Acacias de Vitacura,
cobijados a las faldas de los cerros, pudimos entregarnos a pensar y expresar
con las letras, la música y la pintura, junto a Isabel Hernández, Doris
Klubitscho, Teresa Montero, Tania Ulloa, Rodrigo Cáceres, Eduardo Peralta y
Cecilia Espinoza. Trataremos de resumir algo de esta experiencia.
No es difícil imaginar una velada en torno a pluma, pincel y pentagrama;
más aún si el escenario para este encuentro es una pincelada de bosque en plena
urbe capitalina. Cuando un entorno casi campestre es rescatado a como dé lugar
por la persistencia de quienes comprenden el valor de éste en tiempos de la
inmediatez, del estrés y del “ahora ya”; nos encontramos ante un tesoro que no
podemos dejar de valorar y cuidar. Y es en el encuentro con esta naturaleza
plácida y enraizada, que somos capaces de dejarnos envolver por la convergencia
fluida y orgánica de las diferentes vías de expresión artística, como son la
literatura, el arte visual y la música. Es posible que las aves que pueblan las
copas de los añosos árboles tras el horno de barro, o los macizos florales
entre los serpenteantes senderos que embellecen los jardines boscosos en plena
Vitacura, casi al lado (soprendentemente) de la autopista Costanera Norte; si
tuviesen la capacidad de comunicarse con nosotros, expresarían su encanto al
congregarse en torno a la riqueza de la palabra escrita, declamada, cantada y
coloreada; como si fuesen un coro junto a sus onomatopéyicos cantos y a la casi
infinita paleta de colores que Doris, a través de la reivindicación del aparato
tecnológico como aliado del arte (sus cuadros son fotografías captadas con un
Iphone intervenidas plásticamente), plasma en telas y superficies de diversas
texturas. Así, esta tarde para “recordar y no olvidar”, invita a la
contemplación y al alivio de los sentidos, combinando a la perfección coro,
voces, graznidos, silbidos, viento, hojas crujiendo, flores, acordes y palabras
cargadas de emoción, de recuerdo, de memoria hecha vida.
La experiencia de la filosofía, a veces es contemplativa y se suele
esperar respuestas desde ella. La verdad es que fracasa muchas veces en ese
intento, así que si lo pretende cae en la tentación del Impostor o impostora
(uno de los temas de la novela). No es sensato recurrir al filósofo cómo si
este fuera un sabio, ya que aquello no es más que una pretensión. El filósofo
genuino se coloca en riesgo en la pregunta. Las preguntas son las que generan
apertura al pensamiento, las respuestas más bien vienen a ser la clausura de
éste. Por eso, es que hay ocasiones en las que es conveniente no huir de la
filosofía, no es sano caer en la tentación de abandonar las preguntas.
Quedamos justificados para recurrir a las preguntas relacionadas a las
sugerencias que impone la nueva novela “El extraño encanto de las impostoras”
de Isabel Hernández publicada por la editorial Colombiana “Desde Abajo”. ¿Es
necesario recordar? Sin duda, la autora cree que sí, pero, no sólo eso, además
es una convencida de que podemos recordar.
Sugerente desafío al interior de un cuerpo social compuesto por
identidades fragmentadas, por aquello que está de moda llamar como posverdad.
Nos hemos dejado convertir en nihilistas al ir perdiendo nuestra concepción
sacralizada de la naturaleza, haciéndonos parte de secularización, apartándonos
del mito, horrible sensación de metamorfosis kafkiana. La novela se hace parte
del llamado ético propio del linaje de escritores que claman por un imperativo
debemos recordar.
Al parecer florece la demanda acerca de la necesidad de dar testimonio que
proviene de la memoria, asumiendo la valentía del testigo que recuerda que
podemos y debemos recordar. Desde este punto de vista es que podemos decir que
la escritura tiene esa posibilidad de convertirse en relato de la experiencia
auxiliando nuestra pérdida de memoria, aunque se esconda en la fantasía y en la
poesía, no se trata de trampas, es parte del anhelo humano de belleza. Problema
clásico, éste de si la escritura es un beneficio o un atentado para la memoria.
Sin embargo en sociedades que padecen el mal de Alzheimer, no decimos
enfermedad, no nos referimos al padecer biológico sino a nuestro padecer
histórico. Pensamos en la representación de la pérdida de memoria como una
tragedia prolongada, o tal vez ¿programada? Estaríamos frente a lo que se puede
llamar obsolescencia propia de nuestros tiempos de neuroliberalismo y de
consumo de productos desechables. ¿O quizá sea el escape a la violencia
traumática “en el tranvía del olvido más allá del café del Once camino a la
chacarita” como cantaba María Elena Walsh.
Un poco más optimista debido a este encuentro lleno de reciprocidad
surgida de esos vínculos que revelan al prójimo, no caemos en la lógica de
“cambalache” (el mundo es y será una porquería), queda el refugio de la utopía,
no estamos locos sólo deliramos. La lira representación de los surcos rígidos
de la tierra, manteniendo siempre esa tensión recordándonos la posibilidad
humana de desviarnos de los surcos, transitando “desde la reflexión al sonido
que palpita”.
Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía:
“desde la reflexión al sonido que palpita”.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía:
“desde la reflexión al sonido que palpita”.