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CULTURA / ESPECTACULOS › "AL
MUNDO NADA LE IMPORTA", CUENTOS DE LA ANTROPOLOGA ROSARINA ISABEL
HERNANDEZ
Un libro dentro de otro libro
Especializada en los derechos humanos y la
identidad de los pueblos indígenas, Hernández es además una notable cuentista.
Señala, con elegancia de dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las
relaciones más íntimas y misteriosas violencias.
Hernández
se destaca por el uso de la tercera persona.
El
próximo lunes a las 20 se presentará en Rosario, en el marco del Congreso de
las Lenguas, Al mundo nada le importa (Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 2008), libro de cuentos de la antropóloga rosarina Isabel
Hernández. Especializada en los derechos humanos y la identidad de los
pueblos indígenas, la autora cuenta con una amplia y reconocida trayectoria
académica internacional en investigaciones que apuntan a la comprensión de
los problemas sociales con un enfoque interdisciplinario. La más reciente de
sus numerosas publicaciones científicas es una obra premiada, coedición de
CEPAL Naciones Unidas y la Editorial Pehuén de Chile, titulada Autonomía o
ciudadanía incompleta: el pueblo Mapuche en Chile y Argentina. Como
cuentista, desde 2007 Hernández también ha obtenido importantes distinciones
por algunos de los cuentos recopilados en este libro. Actualmente reside en
Santiago de Chile.
Dijo
una vez Gastón Bachelard (el dato es cortesía de Emilio Bellon) que su obra
analítica y lógica era el lado diurno de su producción y su obra más
intuitiva y subjetiva, el lado nocturno. Que un libro de cuentos de una
antropóloga que ha trabajado para varios organismos de las Naciones Unidas se
titule con un verso, tomado de ese himno al desencanto que es el tango
"Yira, yira", que alude a la indiferencia del mundo ante el dolor
humano, evoca una dualidad Jekyll y Hyde por el estilo. Pero el caso es que
Al mundo nada le importa tiene, además, varias caras. Una de ellas habla
desde lo más oscuro y hondo del corazón humano y señala, con elegancia de
dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las relaciones más íntimas:
padre e hijo, marido y mujer, amantes, y donde las pasiones a veces se
desatan trágicamente y otras alcanzan el equilibrio. A esa saga, que incluye
misteriosas violencias, iniquidades invisibles e instantes de seducción y
ternura, pertenecen: "La mirada tan temida", "Punto de
fuga", "El perímetro del siniestro", "Gana la
banca", "Todo se pudre", "Despedida", "Oscuro y
sin flores", "Prodigios y mentiras", "Schumann fusilado",
"Olivas y rosas".
Algunas
de esas historias son observadas desde el punto de vista de, o tienen como
testigo casual a, un sujeto subalterno en función servil, cuya humanidad
Hernández destaca desde su magistral uso de la tercera persona omnisciente o
el algo más riesgoso empleo de una primera: "Como un surubí",
"El retrato de Santiago", "Había estado en la selva". El
arte de Hernández, quien parece tener bien sabido su manual de la teoría del
iceberg de Hemingway (aquella que decía que el noventa por ciento de un
cuento está bajo el agua del relato), consiste en dejar fuera del cuadro el
crimen o el desastre, como hacían los dramaturgos griegos clásicos. En este
caso, oficia de mensajero algún indicio o rastro.
Con
todo esto bastaría para hacer un buen libro de cuentos, sin más. Pero está
ese libro dentro del libro que es donde se encuentra lo más logrado de esta
obra, y que, si bien consta de apenas un puñado de relatos, se trata de
textos que alcanzan cierta grandeza. El que cierra el volumen, "El tren
del General", apela a una voz inocente para narrar con ironía dramática
y naturalismo neorrealista la caída del primer peronismo con el golpe del 55,
y podría figurar en cualquier antología junto a "Esa mujer" de
Rodolfo Walsh. (También en esta presunta clave autobiográfica discurre la
abuela española de "Sin agua y sin pesetas", una rotunda épica de
inmigrantes quizá nutrida del relato familiar). Y en la breve
comedia negra titulada "Sardinas no, anchoas sí" (y que pide
tablado o celuloide a gritos: guionistas, tomen nota), el costumbrismo
contemporáneo se acentúa para representar el habla rioplatense de los
argentinos de una generación de un modo muy creíble; estas voces cuentan en
clave de grotesco un hecho tan absurdo como trágico, donde se invierten los
términos del imaginario sobre la última dictadura y la madre de un exiliado
es secuestrada por los represores mientras que el hijo se salva.
La
culpa del sobreviviente es una constante, y es el tema en "Carta por mi
cumpleaños"; allí aparece la cita que da título al libro. Este cuento
trata con compasión ejemplar el tema tabú de los presuntos delatores. Aquí la
verdad del culpable (narrada a quien ya no puede oírla) es la de alguien que
no delató, pero tampoco avisó a los compañeros para salvarlos. Es un drama
ético existencialista como el que planteaban los cuentos de Jean Paul Sartre.
La
reseña se cierra como un círculo al abordar un tercer grupo de cuentos, que
es donde los datos de la investigación científica nutren la ficción y parece
haber un propósito bien definido: indagar en la subjetividad de los
protagonistas subalternos de la historia. Son cuentos con un programa
político, donde las víctimas del genocidio mal llamado Campaña del Desierto o
los contingentes de aborígenes utilizados como carne de cañón en las
Invasiones Inglesas (el lado oscuro del Bicentenario) son presentadas en toda
su humanidad, como hombres y mujeres con sus deseos, amores y odios. Se
tiende a pensar en los pueblos originarios como grupos y no como individuos;
Hernández, en "Copihues rojos secos" y "Romance para el
tehuelche" rescata esta dimensión invisible del individuo aborigen con
maestría narrativa y precisión referencial.
Similar
intención se presiente en "Yasín no debe pensar en Yasín", donde el
lector se enfrenta a una empatía total con el otro, con ese otro de toda
alteridad propio de este siglo, que es el sujeto del acto terrorista
islámico. Y donde se lee, al trasluz, otro sujeto: el de la violencia
política insurgente latinoamericana de los años setenta. A la pregunta que
muchos se habrán hecho, ¿en qué piensa un atacante suicida?, Hernández responde
con una prosa musical que en nada, que no piensa, que su no pensar es parte
de su disciplina altruista.
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domingo, 2 de agosto de 2015
Entrevista por Mili Rodríguez Villouta
TEXTO ENTREVISTA
Isabel “Sensini” Hernández
Idola
Por Mili Rodríguez Villouta
Ha recibido 20 premios por sus cuentos, en España, Chile, Argentina y
Estados Unidos. Y es una argentina de una modestia salvaje. “Yo en la
academia y en las Naciones Unidas era un bocho, en literatura soy una
hormiga”, dice. Antropóloga y creadora de la antropología de la
transferencia, nació en Rosario, junto a las verdes islas del río
Paraná, “en medio de una humedad incalculable”. “Eso era en mi vida
anterior, antes de la literatura”. Es una nómade, y como consecuencia,
“en Argentina sólo me conocen como antropóloga y en Chile no me conocen
porque soy argentina”.
“Aquí soy extranjera, y allá no existo, porque me fui”. Pero ella es
ídola: en Argentina le han dicho: “Sos un aparato divino”. Y ella dice
boludos, choto, del año del kinoto, el quilombo total, shó. Y la cagá:
por la parte chilena. Y los weones, por supuesto, bien pronunciados.
Ha vivido en Chile 27 años. El día que hicimos esta entrevista, había
recibido el premio 19.”Son premios chicos”, se disculpa, literalmente.
-Tú eres una Sensini (como “Sensini”, ese cuento de Bolaño donde unos
escritores se dedican a ganar premios en concursos literarios), como
hicieron Azócar, Collyer, el mismo Bolaño en España. Los personajes de
ese cuento se definían como unos caza recompensas salvajes.
Es que yo de repente estaba como en el vacío y me metí en
escritores.org, y me dediqué a mandar cuestiones a todas partes. Y a
principios de este año empezaron a llegar los premios.
LOS GRANDES CHANTAS
Isabel Hernández publicó en Buenos Aires “Al mundo nada le importa”,
cuentos, y en Chile, “Antes de la fuga” y “El esplendor de la derrota”,
novelas. Su última narración, “El tiempo que nos pertenece” ha sido
publicada hace unas semanas por una editorial digital española.
-Ahora estoy escribiendo sobre los fabuladores de la historia, que en mi
país se llaman chantas. Mi tendencia (se ríe con la palabra tendencia)
es el cruce entre la literatura y la ficción.
-¿Que en el fondo es entre la ficción y la verdad?
Suponiendo que la verdad exista.
-¿Los chantas son mitómanos, impostores, como el de la novela de Javier
Cercas?
Chanta viene de la palabra cianta de un dialecto genovés. Es el deudor,
el moroso, en el fondo el chanta es un mentiroso que al poco tiempo es
descubierto, no es un tipo hábil. Eso lo hace más chanta. Pero en la
historia ha habido inmensos chantas, a tal punto que sus mentiras han
quedado ocultas para siempre. La farsa, la chantada, la mentira, la
fabulación, son parte de su carácter, y no pueden verla. Gabriel Zelaya
dice que los dos chantas más grandes son El Quijote y Madame Bovary. En
mi anterior libro de cuentos está Pedro Chamijo, el falso inca, un
andaluz que vagabundeó por tierras argentinas en el siglo XVII: él está
convencido que es el nieto del Inca, que es un heredero, un soberano de
todas esas tierras, y juega a dos puntas, con España y los clérigos, y
con las poblaciones calchaquíes que creen en él y terminan en una
inmensa derrota. Se lleva a la derrota a miles de curacas creativos y
maravillosos, que resistieron hasta morir…
-También está en Rey Aurelio I, Orelie Antoine de Tounens, Rey de la
Araucanía.
Orelie está en mis cuentos y también en mi novela “El esplendor de la
derrota”. Estamos hablando del siglo XIX, cuando aún el mundo mapuche
iba del Océano Pacífico al Océano Atlántico. En esa época, cuando Juan
Kalfukura estaba a cargo de la Confederación Mapuche, no existía la
frontera que nos han impuesto a partir de fines del siglo XIX.
-Y ahora publicas tu tercera novela, que también tiene un link con la
historia.
Sí, “El tiempo que nos pertenece”: una novela sobre los años 70. Es una
historia de la fiesta, del punto cero del sueño. Se ha explorado poco en
literatura esa etapa. En ese tiempo se consideraba una cosa burguesa:
hablar desde la ficción. Se trataban esos temas desde las ciencias
sociales, la historia, el periodismo, pero no se escribió sobre la
fiesta. La novela comienza el 4 de septiembre de 1970, cuando gana
Salvador Allende, y en Argentina, tres años después, regresa Perón.
-¿Contarlo en una novela, es una defensa de lo subjetivo?
Sobre todo es una defensa de la literatura. Que es un abordaje nuevo
para mí y me ha costado mucho. Ha sido un tránsito complejo, pero creo
que estoy apoderándome de esta forma de contar, en términos de lo que
decía Bolaño, de la belleza del escribir, y de usar no los hechos
históricos como una traducción, sino con la vitalidad de la literatura.
-Bolaño dice que la buena literatura te inyecta chorros de imágenes, te
deja ver cosas entre medio. ¿Al principio estabas preocupada de zafar
del lenguaje académico, e ir hacia un dominio estético?
La estética ha sido una preocupación para mí, muy grande, es decir, el
argumento, la historia, me surgen con más facilidad que la capacidad de
expresarlo en un lenguaje estético. En ese camino estoy trabajando.
-Yo encuentro que tienes una gran modestia, pese a la belleza, por
ejemplo, de tu primer cuento, “Desmemoriado como un surubí”. Que muestra
el corazón del lugar donde naciste: Rosario de Santa Fe.
Es que cuando hablo de historia, hablo también de mi historia personal, y
ahí está el tema de la identidad, no hay identidad sin paisaje, sin
raíces, sin palabras. ¡Mis palabras!: Ñandubay, Manguruyú, Amanbay,
Ypekú, Aguaribay… Nuestra cultura guaranítica.
-¿No hay identidad incluso sin nostalgia?
Para mí es la nostalgia de un lugar, de un hogar. Yo nací en medio de
ríos torrentosos, en una naturaleza tremenda, la vegetación selvática
que rodea Rosario, y las islas. Donde yo nací llueve mucho, y de pronto
extraño la lluvia, los ríos torrentosos, el río de color de león. como
dice León Gieco.
En esta novela que ahora sale en España, comparo el Mapocho con el río
Paraná (risas). Realmente cuando yo conocí el Mapocho en los años 70,
fue un impacto. Para los santiaguinos el río cruza la ciudad: era un
hilo de agua, y esto tiene que ver con la personalidad de las gentes que
viven en los márgenes. Nosotros somos exuberantes, expansivos, gente
que habla con las manos, y con los gestos, y los silencios. Yo amo mi
origen, que es también algo que llega por el Paraná: los peces: los
surubíes, las flores: los irupés, la musicalidad de esas palabras. Por
eso en Paraguay, también estoy en mi casa. Y algo de todo eso viene por
el río. Esa maravillosa efervescencia. Yo trabajé con los Mbyá guaraní,
en la parte de Misiones y Corrientes, desde el lado argentino, porque
también son un solo pueblo. Son nómades, itinerantes como yo, por eso
vivo en Santiago de Chile. Aquí está mi vida, mi marido, mis hijos, mis
nietos. Y aquí me voy a morir.
En Chile, en los años 70 –agrega- aprendí a amar profundamente mi
profesión. Diseñé el método de Bi-alfabetización en mapudungun y
castellano, pero sobre todo, trabajé en recuperación de la cultura, en
una época en que todo era burguesía y proletariado y punto, y yo mosca
blanca, porque no se podía hablar de cultura.
-Una buena parte de los chilenos son chovinistas y acomplejados y tienen
con Argentina una competencia permanente.
Bueno, en el Fondart, yo he sacado tres veces el máximo puntaje, y sin
embargo siempre en el momento de otorgarme una beca, no había plata. No
alcanzaba.
LA VOZ DE MUJER COMPLICA MÁS QUE LA VOZ FEMINISTA
-¿Y además, tú crees que esto también es por ser mujer?
Otra cosa es la voz, no exactamente feminista, si no la voz de mujer.
Últimamente la voz de mujer complica más que la voz feminista. Los
jurados mayoritariamente son hombres. Borges decía que hay menos grandes
lectores que grandes escritores. Tal cual. Por ejemplo: los años 70, yo
lo estoy notando ahora con esta novela sobre aquella fiesta de los años
70, hay gente que vivió ese periodo y que niega y reniega, no quiere
saber nada, se le olvida. Hay otra gente que es sobreviviente con culpa,
yo me anoto ahí.
-Tú decías que tienes “la culpa de haber sobrevivido”.
Claro, porque pregunto por qué tantas compañeras y compañeros en la
misma situación que yo, murieron.
ES MI VIDA, ES MI ESCRITURA
Entonces ella bromea: “Soy Isabel Sensini Hernánez. Algunos cuentos míos
tienen dos premios, porque yo me equivoco a veces y lo mando a dos
lugares, pero solo cuando veo que no importa que tengas ya publicada tu
cuestión. Yo sé que algunos cuentos premiados valen la pena y otros que
no. Son temáticas muy duras. Mi hija Luciana me dice: ¡Mamá, qué plomo
todas tus historias!... entonces cuando alguna termina bien, como el
caso del rey francés de la Araucanía y la Patagonia ¡estamos todos
felices!”
Isabel, como antropóloga, es autora de artículos científicos traducidos a
todos los idiomas. No sólo en la universidad, sino en distintos centros
de excelencia que hay en América Latina. “Es mi primera vida –dice-.
Esto de la antropología de la transferencia, que implica no tomar al
otro como un objeto de estudio, sino como un sujeto que te enseña y tú
interactúas con él. Me tocó trabajar en 23 países cuando estaba en
Naciones Unidas. Hace doce años exactamente le dije chao a la ONU”.
Ahora viene del homenaje que le hicieron en la comunidad mapuche
argentina de “Los Toldos”, treinta años después de un trabajo que se
tradujo en un libro y un video: “La identidad enmascarada”. “El tema es
la búsqueda de la identidad. Ellos habían sufrido la violencia
republicana y terminaron ocultando y ocultándose su propia cultura”.
“Yo recuerdo que en Chile en los años 69 y 70, trabajando con las
poblaciones mapuche, vi a maestros, a directores de escuela, castigando a
los niños si hablaban en mapudungun. Había que dejar de ser indígena,
había que dejar de ser mapuche. Y para que veas… yo he pasado en América
Latina nueve golpes de estado: en Bolivia, en Guatemala, en Chile y en
Argentina. No me perdí ninguno. A los 36 años vine a votar por primera
vez. Y lo que viví durante la Unidad Popular marcó mi vida, aquí comencé
a trabajar y aquí volví al pueblo mapuche al final, con mi último libro
antropológico: 'Ciudadanía o autonomía incompleta, el pueblo mapuche de
Argentina y Chile'. Tengo las dos patrias, y aquí encontré gente
lindísima. Yo me quedo aquí. En lo que escribo siempre está la tentativa
de cruzar la línea de la frontera, porque tanto en ´El esplendor de la
derrota´, como ´El tiempo que nos pertenece´, siempre hay un ir y venir
de la cordillera. Es mi vida. Es mi escritura”.
www. editar.com
para descargar la novela
“El tiempo que nos pertenece”
Destacado
“Aquí soy extranjera, y allá no existo, porque me fui”. Pero Isabel es
ídola. En Argentina le han dicho: “Sos un aparato divino”. Ella dice
boludos, choto, del año del kinoto, el quilombo total, shó. Y la cagá:
por la parte chilena. Y los weones, por supuesto, bien pronunciados.
La invención de otros mundos
Por Edgardo Pérez
Castillo, publicado en Página 12 en abril 2009
Para Juan
Sasturain, los veinte cuentos que componen Al mundo nada le importa son,
sencillamente, impecables. "Relatos morales penetrados por la Historia
--de la Guerra del Desierto a los setenta-- y situados tanto en espacios
vírgenes y abiertos como en ciudades contemporáneas, donde sus personajes
lidian con el mundo en todos los sentidos", describe el periodista y
escritor desde la contratapa del nuevo libro de Isabel Hernández, publicado por
el grupo editor latinoamericano Nuevo hacer. De ser rigurosos, no es éste un
debut para la rosarina. Derechos humanos y pueblos indígenas de 1992, Identidad
enmascarada (Eudeba, 1993) o la más reciente Autonomía o ciudadanía incompleta:
el pueblo mapuche en Chile y Argentina son algunas de las publicaciones de la
antropóloga. Con una bisabuela de origen comechingón, Isabel Hernández filtra
esa mirada amplia, crítica, cultivada, en una serie de cuentos que ya se
distribuyen en las librerías locales.
Nacida en
Arroyito, especializada en antropología en la carrera de Filosofía y Letras,
Hernández llegó a Chile en 1969 para realizar un master en Flacso en el área
antropológica y socio-cultural. Como miembro de Naciones Unidas recorrió el
mundo centrándose fundamentalmente en los pueblos indígenas de América Latina,
hasta que su retiro temprano le permitió volcarse de lleno a la ficción y
cerrar así el círculo. "Por más que siempre he sido bien activa en temas
de escritura, y un poco soy conocida por el tema antropológico, esto de pronto
es nuevo, es volver a lo que quiero, a lo que de alguna forma elegí",
explica Hernández desde Chile, donde avanza con su novela Insensatez,
ambientada a mitad del Siglo XIX, en los tiempos en que se intentaba imponer
fronteras a través de la alineación de fortines.
-En algunos
cuentos se hace evidente su formación y experiencia como antropóloga, pero hay
también textos con carácter más político, otros policiales. ¿Busca la
diversidad, intenta abordar distintos estilos o subgéneros del cuento?
- Sí, me interesa
mucho. Inconscientemente, porque aparecen voces de historias vividas, que
tienen una gama tremenda, desde el amor no correspondido y rituales domésticos
hasta algo que a nuestra generación nos ha impactado mucho, el tema de todo lo
vivido en América Latina en los últimos años. Entonces aparecen temas de
exiliados, de desaparecidos. Y también los policiales, que no son thrillers,
sino pantallazos de historias donde la locura y la criminalidad se juntan, pero
que son también parte de lo contemporáneo. Surgen temas que me movilizan, que
me emocionan, y de alguna manera lo plasmo.
- En una
entrevista al diario La Nación de Chile dice que el de la ficción es el mundo
en el que elige vivir. ¿Es una forma de canalizar la crudeza de una realidad a
la que se fue enfrentando mientras recorría el mundo?
- Sí. Con mucho
esfuerzo nuestra generación ha construido un mundo de afectos muy presentes. La
amistad para mí tiene un valor muy importante, lo mismo que la familia. Ellos
son, dentro de este otro mundo, el único escudo que uno tiene para enfrentar
tantas pérdidas, tantos duelos. Creo entonces que la ficción, aparte de ser
catártica en mi caso, es también una manera de protegerme de un mundo que no me
gusta. El incentivo de este mundo y sus tremendas contradicciones te lleva a
que puedas recrearlo como te gustaría que fuera. Sin ser idealista ni tampoco
proselitista, pero tal vez vivir en un mundo que a uno le gustaría que fuera un
poco más armónico que el mundo en el que realmente se vive, cuya incomprensión
es una de las cosas más graves que tenemos. Si se habla todo el día del stress
en realidad es porque lo que vivimos es una tremenda incertidumbre, que de
alguna manera te lleva a guardarte, protegerte. Y una forma es vivir a través
de los personajes de la ficción, que son mucho más lindos que los de la
realidad, y uno termina queriéndolos mucho.
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