sábado, 27 de junio de 2015

Al mundo nada le importa (2008)

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CULTURA / ESPECTACULOS › "AL MUNDO NADA LE IMPORTA", CUENTOS DE LA ANTROPOLOGA ROSARINA ISABEL HERNANDEZ
Un libro dentro de otro libro
Especializada en los derechos humanos y la identidad de los pueblos indígenas, Hernández es además una notable cuentista. Señala, con elegancia de dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las relaciones más íntimas y misteriosas violencias.

Hernández se destaca por el uso de la tercera persona.
http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Beatriz Vignoli
El próximo lunes a las 20 se presentará en Rosario, en el marco del Congreso de las Lenguas, Al mundo nada le importa (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 2008), libro de cuentos de la antropóloga rosarina Isabel Hernández. Especializada en los derechos humanos y la identidad de los pueblos indígenas, la autora cuenta con una amplia y reconocida trayectoria académica internacional en investigaciones que apuntan a la comprensión de los problemas sociales con un enfoque interdisciplinario. La más reciente de sus numerosas publicaciones científicas es una obra premiada, coedición de CEPAL Naciones Unidas y la Editorial Pehuén de Chile, titulada Autonomía o ciudadanía incompleta: el pueblo Mapuche en Chile y Argentina. Como cuentista, desde 2007 Hernández también ha obtenido importantes distinciones por algunos de los cuentos recopilados en este libro. Actualmente reside en Santiago de Chile.
Dijo una vez Gastón Bachelard (el dato es cortesía de Emilio Bellon) que su obra analítica y lógica era el lado diurno de su producción y su obra más intuitiva y subjetiva, el lado nocturno. Que un libro de cuentos de una antropóloga que ha trabajado para varios organismos de las Naciones Unidas se titule con un verso, tomado de ese himno al desencanto que es el tango "Yira, yira", que alude a la indiferencia del mundo ante el dolor humano, evoca una dualidad Jekyll y Hyde por el estilo. Pero el caso es que Al mundo nada le importa tiene, además, varias caras. Una de ellas habla desde lo más oscuro y hondo del corazón humano y señala, con elegancia de dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las relaciones más íntimas: padre e hijo, marido y mujer, amantes, y donde las pasiones a veces se desatan trágicamente y otras alcanzan el equilibrio. A esa saga, que incluye misteriosas violencias, iniquidades invisibles e instantes de seducción y ternura, pertenecen: "La mirada tan temida", "Punto de fuga", "El perímetro del siniestro", "Gana la banca", "Todo se pudre", "Despedida", "Oscuro y sin flores", "Prodigios y mentiras", "Schumann fusilado", "Olivas y rosas".
Algunas de esas historias son observadas desde el punto de vista de, o tienen como testigo casual a, un sujeto subalterno en función servil, cuya humanidad Hernández destaca desde su magistral uso de la tercera persona omnisciente o el algo más riesgoso empleo de una primera: "Como un surubí", "El retrato de Santiago", "Había estado en la selva". El arte de Hernández, quien parece tener bien sabido su manual de la teoría del iceberg de Hemingway (aquella que decía que el noventa por ciento de un cuento está bajo el agua del relato), consiste en dejar fuera del cuadro el crimen o el desastre, como hacían los dramaturgos griegos clásicos. En este caso, oficia de mensajero algún indicio o rastro.
Con todo esto bastaría para hacer un buen libro de cuentos, sin más. Pero está ese libro dentro del libro que es donde se encuentra lo más logrado de esta obra, y que, si bien consta de apenas un puñado de relatos, se trata de textos que alcanzan cierta grandeza. El que cierra el volumen, "El tren del General", apela a una voz inocente para narrar con ironía dramática y naturalismo neorrealista la caída del primer peronismo con el golpe del 55, y podría figurar en cualquier antología junto a "Esa mujer" de Rodolfo Walsh. (También en esta presunta clave autobiográfica discurre la abuela española de "Sin agua y sin pesetas", una rotunda épica de inmigrantes quizá nutrida del relato familiar). Y en la breve comedia negra titulada "Sardinas no, anchoas sí" (y que pide tablado o celuloide a gritos: guionistas, tomen nota), el costumbrismo contemporáneo se acentúa para representar el habla rioplatense de los argentinos de una generación de un modo muy creíble; estas voces cuentan en clave de grotesco un hecho tan absurdo como trágico, donde se invierten los términos del imaginario sobre la última dictadura y la madre de un exiliado es secuestrada por los represores mientras que el hijo se salva.
La culpa del sobreviviente es una constante, y es el tema en "Carta por mi cumpleaños"; allí aparece la cita que da título al libro. Este cuento trata con compasión ejemplar el tema tabú de los presuntos delatores. Aquí la verdad del culpable (narrada a quien ya no puede oírla) es la de alguien que no delató, pero tampoco avisó a los compañeros para salvarlos. Es un drama ético existencialista como el que planteaban los cuentos de Jean Paul Sartre.
La reseña se cierra como un círculo al abordar un tercer grupo de cuentos, que es donde los datos de la investigación científica nutren la ficción y parece haber un propósito bien definido: indagar en la subjetividad de los protagonistas subalternos de la historia. Son cuentos con un programa político, donde las víctimas del genocidio mal llamado Campaña del Desierto o los contingentes de aborígenes utilizados como carne de cañón en las Invasiones Inglesas (el lado oscuro del Bicentenario) son presentadas en toda su humanidad, como hombres y mujeres con sus deseos, amores y odios. Se tiende a pensar en los pueblos originarios como grupos y no como individuos; Hernández, en "Copihues rojos secos" y "Romance para el tehuelche" rescata esta dimensión invisible del individuo aborigen con maestría narrativa y precisión referencial.
Similar intención se presiente en "Yasín no debe pensar en Yasín", donde el lector se enfrenta a una empatía total con el otro, con ese otro de toda alteridad propio de este siglo, que es el sujeto del acto terrorista islámico. Y donde se lee, al trasluz, otro sujeto: el de la violencia política insurgente latinoamericana de los años setenta. A la pregunta que muchos se habrán hecho, ¿en qué piensa un atacante suicida?, Hernández responde con una prosa musical que en nada, que no piensa, que su no pensar es parte de su disciplina altruista.

domingo, 2 de agosto de 2015

Entrevista por Mili Rodríguez Villouta

 photo entrevista 1_zpsjlufpam8.png  photo entrevista 2_zps2nadrq82.png TEXTO ENTREVISTA Isabel “Sensini” Hernández Idola Por Mili Rodríguez Villouta Ha recibido 20 premios por sus cuentos, en España, Chile, Argentina y Estados Unidos. Y es una argentina de una modestia salvaje. “Yo en la academia y en las Naciones Unidas era un bocho, en literatura soy una hormiga”, dice. Antropóloga y creadora de la antropología de la transferencia, nació en Rosario, junto a las verdes islas del río Paraná, “en medio de una humedad incalculable”. “Eso era en mi vida anterior, antes de la literatura”. Es una nómade, y como consecuencia, “en Argentina sólo me conocen como antropóloga y en Chile no me conocen porque soy argentina”. “Aquí soy extranjera, y allá no existo, porque me fui”. Pero ella es ídola: en Argentina le han dicho: “Sos un aparato divino”. Y ella dice boludos, choto, del año del kinoto, el quilombo total, shó. Y la cagá: por la parte chilena. Y los weones, por supuesto, bien pronunciados. Ha vivido en Chile 27 años. El día que hicimos esta entrevista, había recibido el premio 19.”Son premios chicos”, se disculpa, literalmente. -Tú eres una Sensini (como “Sensini”, ese cuento de Bolaño donde unos escritores se dedican a ganar premios en concursos literarios), como hicieron Azócar, Collyer, el mismo Bolaño en España. Los personajes de ese cuento se definían como unos caza recompensas salvajes. Es que yo de repente estaba como en el vacío y me metí en escritores.org, y me dediqué a mandar cuestiones a todas partes. Y a principios de este año empezaron a llegar los premios. LOS GRANDES CHANTAS Isabel Hernández publicó en Buenos Aires “Al mundo nada le importa”, cuentos, y en Chile, “Antes de la fuga” y “El esplendor de la derrota”, novelas. Su última narración, “El tiempo que nos pertenece” ha sido publicada hace unas semanas por una editorial digital española. -Ahora estoy escribiendo sobre los fabuladores de la historia, que en mi país se llaman chantas. Mi tendencia (se ríe con la palabra tendencia) es el cruce entre la literatura y la ficción. -¿Que en el fondo es entre la ficción y la verdad? Suponiendo que la verdad exista. -¿Los chantas son mitómanos, impostores, como el de la novela de Javier Cercas? Chanta viene de la palabra cianta de un dialecto genovés. Es el deudor, el moroso, en el fondo el chanta es un mentiroso que al poco tiempo es descubierto, no es un tipo hábil. Eso lo hace más chanta. Pero en la historia ha habido inmensos chantas, a tal punto que sus mentiras han quedado ocultas para siempre. La farsa, la chantada, la mentira, la fabulación, son parte de su carácter, y no pueden verla. Gabriel Zelaya dice que los dos chantas más grandes son El Quijote y Madame Bovary. En mi anterior libro de cuentos está Pedro Chamijo, el falso inca, un andaluz que vagabundeó por tierras argentinas en el siglo XVII: él está convencido que es el nieto del Inca, que es un heredero, un soberano de todas esas tierras, y juega a dos puntas, con España y los clérigos, y con las poblaciones calchaquíes que creen en él y terminan en una inmensa derrota. Se lleva a la derrota a miles de curacas creativos y maravillosos, que resistieron hasta morir… -También está en Rey Aurelio I, Orelie Antoine de Tounens, Rey de la Araucanía. Orelie está en mis cuentos y también en mi novela “El esplendor de la derrota”. Estamos hablando del siglo XIX, cuando aún el mundo mapuche iba del Océano Pacífico al Océano Atlántico. En esa época, cuando Juan Kalfukura estaba a cargo de la Confederación Mapuche, no existía la frontera que nos han impuesto a partir de fines del siglo XIX. -Y ahora publicas tu tercera novela, que también tiene un link con la historia. Sí, “El tiempo que nos pertenece”: una novela sobre los años 70. Es una historia de la fiesta, del punto cero del sueño. Se ha explorado poco en literatura esa etapa. En ese tiempo se consideraba una cosa burguesa: hablar desde la ficción. Se trataban esos temas desde las ciencias sociales, la historia, el periodismo, pero no se escribió sobre la fiesta. La novela comienza el 4 de septiembre de 1970, cuando gana Salvador Allende, y en Argentina, tres años después, regresa Perón. -¿Contarlo en una novela, es una defensa de lo subjetivo? Sobre todo es una defensa de la literatura. Que es un abordaje nuevo para mí y me ha costado mucho. Ha sido un tránsito complejo, pero creo que estoy apoderándome de esta forma de contar, en términos de lo que decía Bolaño, de la belleza del escribir, y de usar no los hechos históricos como una traducción, sino con la vitalidad de la literatura. -Bolaño dice que la buena literatura te inyecta chorros de imágenes, te deja ver cosas entre medio. ¿Al principio estabas preocupada de zafar del lenguaje académico, e ir hacia un dominio estético? La estética ha sido una preocupación para mí, muy grande, es decir, el argumento, la historia, me surgen con más facilidad que la capacidad de expresarlo en un lenguaje estético. En ese camino estoy trabajando. -Yo encuentro que tienes una gran modestia, pese a la belleza, por ejemplo, de tu primer cuento, “Desmemoriado como un surubí”. Que muestra el corazón del lugar donde naciste: Rosario de Santa Fe. Es que cuando hablo de historia, hablo también de mi historia personal, y ahí está el tema de la identidad, no hay identidad sin paisaje, sin raíces, sin palabras. ¡Mis palabras!: Ñandubay, Manguruyú, Amanbay, Ypekú, Aguaribay… Nuestra cultura guaranítica. -¿No hay identidad incluso sin nostalgia? Para mí es la nostalgia de un lugar, de un hogar. Yo nací en medio de ríos torrentosos, en una naturaleza tremenda, la vegetación selvática que rodea Rosario, y las islas. Donde yo nací llueve mucho, y de pronto extraño la lluvia, los ríos torrentosos, el río de color de león. como dice León Gieco. En esta novela que ahora sale en España, comparo el Mapocho con el río Paraná (risas). Realmente cuando yo conocí el Mapocho en los años 70, fue un impacto. Para los santiaguinos el río cruza la ciudad: era un hilo de agua, y esto tiene que ver con la personalidad de las gentes que viven en los márgenes. Nosotros somos exuberantes, expansivos, gente que habla con las manos, y con los gestos, y los silencios. Yo amo mi origen, que es también algo que llega por el Paraná: los peces: los surubíes, las flores: los irupés, la musicalidad de esas palabras. Por eso en Paraguay, también estoy en mi casa. Y algo de todo eso viene por el río. Esa maravillosa efervescencia. Yo trabajé con los Mbyá guaraní, en la parte de Misiones y Corrientes, desde el lado argentino, porque también son un solo pueblo. Son nómades, itinerantes como yo, por eso vivo en Santiago de Chile. Aquí está mi vida, mi marido, mis hijos, mis nietos. Y aquí me voy a morir. En Chile, en los años 70 –agrega- aprendí a amar profundamente mi profesión. Diseñé el método de Bi-alfabetización en mapudungun y castellano, pero sobre todo, trabajé en recuperación de la cultura, en una época en que todo era burguesía y proletariado y punto, y yo mosca blanca, porque no se podía hablar de cultura. -Una buena parte de los chilenos son chovinistas y acomplejados y tienen con Argentina una competencia permanente. Bueno, en el Fondart, yo he sacado tres veces el máximo puntaje, y sin embargo siempre en el momento de otorgarme una beca, no había plata. No alcanzaba. LA VOZ DE MUJER COMPLICA MÁS QUE LA VOZ FEMINISTA -¿Y además, tú crees que esto también es por ser mujer? Otra cosa es la voz, no exactamente feminista, si no la voz de mujer. Últimamente la voz de mujer complica más que la voz feminista. Los jurados mayoritariamente son hombres. Borges decía que hay menos grandes lectores que grandes escritores. Tal cual. Por ejemplo: los años 70, yo lo estoy notando ahora con esta novela sobre aquella fiesta de los años 70, hay gente que vivió ese periodo y que niega y reniega, no quiere saber nada, se le olvida. Hay otra gente que es sobreviviente con culpa, yo me anoto ahí. -Tú decías que tienes “la culpa de haber sobrevivido”. Claro, porque pregunto por qué tantas compañeras y compañeros en la misma situación que yo, murieron. ES MI VIDA, ES MI ESCRITURA Entonces ella bromea: “Soy Isabel Sensini Hernánez. Algunos cuentos míos tienen dos premios, porque yo me equivoco a veces y lo mando a dos lugares, pero solo cuando veo que no importa que tengas ya publicada tu cuestión. Yo sé que algunos cuentos premiados valen la pena y otros que no. Son temáticas muy duras. Mi hija Luciana me dice: ¡Mamá, qué plomo todas tus historias!... entonces cuando alguna termina bien, como el caso del rey francés de la Araucanía y la Patagonia ¡estamos todos felices!” Isabel, como antropóloga, es autora de artículos científicos traducidos a todos los idiomas. No sólo en la universidad, sino en distintos centros de excelencia que hay en América Latina. “Es mi primera vida –dice-. Esto de la antropología de la transferencia, que implica no tomar al otro como un objeto de estudio, sino como un sujeto que te enseña y tú interactúas con él. Me tocó trabajar en 23 países cuando estaba en Naciones Unidas. Hace doce años exactamente le dije chao a la ONU”. Ahora viene del homenaje que le hicieron en la comunidad mapuche argentina de “Los Toldos”, treinta años después de un trabajo que se tradujo en un libro y un video: “La identidad enmascarada”. “El tema es la búsqueda de la identidad. Ellos habían sufrido la violencia republicana y terminaron ocultando y ocultándose su propia cultura”. “Yo recuerdo que en Chile en los años 69 y 70, trabajando con las poblaciones mapuche, vi a maestros, a directores de escuela, castigando a los niños si hablaban en mapudungun. Había que dejar de ser indígena, había que dejar de ser mapuche. Y para que veas… yo he pasado en América Latina nueve golpes de estado: en Bolivia, en Guatemala, en Chile y en Argentina. No me perdí ninguno. A los 36 años vine a votar por primera vez. Y lo que viví durante la Unidad Popular marcó mi vida, aquí comencé a trabajar y aquí volví al pueblo mapuche al final, con mi último libro antropológico: 'Ciudadanía o autonomía incompleta, el pueblo mapuche de Argentina y Chile'. Tengo las dos patrias, y aquí encontré gente lindísima. Yo me quedo aquí. En lo que escribo siempre está la tentativa de cruzar la línea de la frontera, porque tanto en ´El esplendor de la derrota´, como ´El tiempo que nos pertenece´, siempre hay un ir y venir de la cordillera. Es mi vida. Es mi escritura”. www. editar.com para descargar la novela “El tiempo que nos pertenece” Destacado “Aquí soy extranjera, y allá no existo, porque me fui”. Pero Isabel es ídola. En Argentina le han dicho: “Sos un aparato divino”. Ella dice boludos, choto, del año del kinoto, el quilombo total, shó. Y la cagá: por la parte chilena. Y los weones, por supuesto, bien pronunciados.


CULTURA


La invención de otros mundos
Autora de prestigiosos ensayos, la escritora dio el salto a la ficción. "Aparte de ser catártica, es también una manera de protegerme de un mundo que no me gusta", dijo la autora de los cuentos considerados "impecables" por Juan Sasturain.


Por Edgardo Pérez Castillo, publicado en Página 12 en abril 2009
Para Juan Sasturain, los veinte cuentos que componen Al mundo nada le importa son, sencillamente, impecables. "Relatos morales penetrados por la Historia --de la Guerra del Desierto a los setenta-- y situados tanto en espacios vírgenes y abiertos como en ciudades contemporáneas, donde sus personajes lidian con el mundo en todos los sentidos", describe el periodista y escritor desde la contratapa del nuevo libro de Isabel Hernández, publicado por el grupo editor latinoamericano Nuevo hacer. De ser rigurosos, no es éste un debut para la rosarina. Derechos humanos y pueblos indígenas de 1992, Identidad enmascarada (Eudeba, 1993) o la más reciente Autonomía o ciudadanía incompleta: el pueblo mapuche en Chile y Argentina son algunas de las publicaciones de la antropóloga. Con una bisabuela de origen comechingón, Isabel Hernández filtra esa mirada amplia, crítica, cultivada, en una serie de cuentos que ya se distribuyen en las librerías locales.


Nacida en Arroyito, especializada en antropología en la carrera de Filosofía y Letras, Hernández llegó a Chile en 1969 para realizar un master en Flacso en el área antropológica y socio-cultural. Como miembro de Naciones Unidas recorrió el mundo centrándose fundamentalmente en los pueblos indígenas de América Latina, hasta que su retiro temprano le permitió volcarse de lleno a la ficción y cerrar así el círculo. "Por más que siempre he sido bien activa en temas de escritura, y un poco soy conocida por el tema antropológico, esto de pronto es nuevo, es volver a lo que quiero, a lo que de alguna forma elegí", explica Hernández desde Chile, donde avanza con su novela Insensatez, ambientada a mitad del Siglo XIX, en los tiempos en que se intentaba imponer fronteras a través de la alineación de fortines.
-En algunos cuentos se hace evidente su formación y experiencia como antropóloga, pero hay también textos con carácter más político, otros policiales. ¿Busca la diversidad, intenta abordar distintos estilos o subgéneros del cuento?


 - Sí, me interesa mucho. Inconscientemente, porque aparecen voces de historias vividas, que tienen una gama tremenda, desde el amor no correspondido y rituales domésticos hasta algo que a nuestra generación nos ha impactado mucho, el tema de todo lo vivido en América Latina en los últimos años. Entonces aparecen temas de exiliados, de desaparecidos. Y también los policiales, que no son thrillers, sino pantallazos de historias donde la locura y la criminalidad se juntan, pero que son también parte de lo contemporáneo. Surgen temas que me movilizan, que me emocionan, y de alguna manera lo plasmo.
- En una entrevista al diario La Nación de Chile dice que el de la ficción es el mundo en el que elige vivir. ¿Es una forma de canalizar la crudeza de una realidad a la que se fue enfrentando mientras recorría el mundo?


 - Sí. Con mucho esfuerzo nuestra generación ha construido un mundo de afectos muy presentes. La amistad para mí tiene un valor muy importante, lo mismo que la familia. Ellos son, dentro de este otro mundo, el único escudo que uno tiene para enfrentar tantas pérdidas, tantos duelos. Creo entonces que la ficción, aparte de ser catártica en mi caso, es también una manera de protegerme de un mundo que no me gusta. El incentivo de este mundo y sus tremendas contradicciones te lleva a que puedas recrearlo como te gustaría que fuera. Sin ser idealista ni tampoco proselitista, pero tal vez vivir en un mundo que a uno le gustaría que fuera un poco más armónico que el mundo en el que realmente se vive, cuya incomprensión es una de las cosas más graves que tenemos. Si se habla todo el día del stress en realidad es porque lo que vivimos es una tremenda incertidumbre, que de alguna manera te lleva a guardarte, protegerte. Y una forma es vivir a través de los personajes de la ficción, que son mucho más lindos que los de la realidad, y uno termina queriéndolos mucho.

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