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Entre el deslumbramiento y el
verdadero amor
Hace tres años dejó la antropología y un estatus de funcionaria
internacional que la llevó a viajar por 23 países y convivir intensamente con
el mundo indígena latinoamericano. “Ahora vivo en la ficción”, dice. La autora
de “Al mundo nada le importa”, publicado en Buenos Aires, nació en Rosario,
vive en Chile, y en uno de sus cuentos un hombre se convierte en un surubí, un
maravilloso pez del Paraná.
Mili Rodríguez Villouta
Mandó sus cuentos a concursos y vino una lluvia de mails con primeros
puestos, menciones y felicitaciones. Una buena parte de ellos están premiados:
son relatos de inmigrantes, de mapuches, de exiliados que escriben cartas a
amigos desaparecidos, de mujeres enamoradas. Cuando le leyó la solapa del libro
a su nieto de cuatro años, él dijo: “¡Pero ahí no dice que la abuela es
pescadora!”
Ella afirma que pescar tiene que mucho ver con la tensión y la paciencia de
la literatura: “Muchísimo. Vas en silencio, en el bote, y ves los bosques, el
agua moviéndose, el cielo, la lluvia. Lanzas la tanza, el hilo, y cuando
sientes que la trucha o el salmón pega el tirón, empieza un diálogo en el que gana
él o ganas tú”.
Como asesora de gobiernos latinoamericanos para el Fondo de Población de las NU (United Action Population
Found) “habitaba los extremos, desde la extrema pobreza hasta la extrema
riqueza”. Y era la antropóloga superwoman que desembarcaba en otro planeta
cuando llegó a un taller de Pablo Azócar, y luego al de Jaime Collyer. “Me
enamoré de la escritura”.
Isabel Hernández ha vivido veinte años en Chile, primero trabajando para la Unesco en Temuco, durante la Unidad Popular, y
luego en Santiago, desde 1990. “Yo soy un ejemplo de la democracia, voté por
primera vez a los 36 años y he visto 11 golpes de Estado en América Latina, estando
de paso en Bolivia, en Guatemala, etcétera”.
Escribes con un estilo
minimalista, de decir lo justo.
Yo creo que lo mío es muy rioplatense, pero también muy litoraleño, muy de
la zona del litoral argentino, Santa Fe, El Chaco, Misiones. Una cultura que
viene desde el Paraná, pasa por Rosario, y desemboca en el Río de la Plata, pero hay mucho de
paraguayo allá. Es un mundo de ríos, de selva. Es el mundo de Quiroga, una
selva de animales fantásticos como el surubí de mi primer cuento. Mi bisabuela
era del pueblo comechingón, de la zona cordobesa, pueblos que se unieron en la
resistencia con los pampa, los tehuelche, los mapuche. Otro de mis cuentos está
basado en un tío muy viejo que recortaba el diario en forma de billetes, y los
guardaba bajo el colchón. Decía que eran las pesetas para volver a España.
Porque ahí también hay dos mundos: el de los que vivían en Argentina soñando
con volver a su tierra. Mi terruño es ese mundo interno del cual sale la
ficción, por eso puedo vivir en Chile, en Argentina, en cualquier lugar, y sigo
teniendo ese terruño mío. Porque la ficción es el mundo en el que yo elijo
vivir. Y vivo más en la ficción que en la realidad.
Ahora estás escribiendo una
novela que se llama “Insensatez”.
Es la historia de los fortines de la mitad del siglo XIX, en Chile y Argentina, en Gulumapu y Puelmapu, que
son los nombres de la nación mapuche en los dos lados. Pasa en un tiempo sin
fronteras, en los fortines que lindaban con la confederación liderada por Juan
Kalfulkurá, el gran estratega mapuche. También habla de la gran diferencia
entre el deslumbramiento y el verdadero amor. La pasión tiene que ver con eso,
si uno no se juega en la vida, nunca va a encontrar nada, ni el verdadero amor
ni absolutamente nada... Y a lo mejor el verdadero amor uno lo tiene en la casa
y no lo sabe.
En tu libro citas a Graham Greene
diciendo que un narrador termina una historia cuando sabe que no tiene más que
decir, ¿en qué minuto has cortado tú?
Creo que en el momento en que sentí que el impacto de la historia llegaba a
lo que yo llamaría las entrañas. Ahí llegó. Ahí golpeó. Y ahí, no hace falta ni
una sola palabra más.
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